Capítulo 2: Universidad, 1ª Hora
Juan y Elena llegaron diez minutos tarde a clase. Simón, el profesor de cálculo, les lanzó una breve mirada de odio mientras se sentaban, demorando quizá su vista algo más en Juan. “Mal rollo” fue lo único que se le pasó a este último por la cabeza.
Una vez se hubieron sentado, saludaron discretamente a algunos de sus compañeros. Copiando trabajosamente se encontraba Belén, diligentemente alerta a cualquier atisbo de información que pudiera escapar de los labios del maestro. Sentado a su derecha, en actitud mucho más relajada, se encontraba Luis.
En cuanto pareció que Simón se había olvidado de ellos, Luis preguntó “¿Otra vez tarde? ¿Qué os ha pasado hoy?”– “El tren tardó mucho” respondió Juan con celeridad.
“Sí, suele pasar”- respondió Luis con una medio sonrisa en los labios. Juan cambió rápidamente de tema, preguntando qué estaba explicando el profesor en los últimos minutos. Antes de que Luis pudiera responder, una potente voz se dirigió a ellos desde la pizarra: “Si el señor Herrero hubiera llegado a tiempo, ahora no estaría desperdiciando nuestro precioso tiempo preguntando tonterías y hablando con sus amigotes. Guarden ambos silencio y presten atención. Les aseguro que no lo repetiré”- puntualizó Simón con una mirada que se calificaría como agresión en muchos países. “Si señor”- respondieron rápidamente Juan y Luis.
Simón era famoso en la facultad como uno de esos profesores con los que tu reputación era tan importante como tus calificaciones. Especialmente importante a la hora de reclamar, de hecho.
“Ya la hemos cagado. Qué le vamos a hacer.”- comentó Luis en voz bajísima. Pasaron el resto de la clase en riguroso silencio, para no atraer más la atención del profesor.
Cuando llegó la hora del descanso, Juan y Luis fueron a los servicios mientras Belén y Elena salían al pasillo a fumarse un cigarro. Al volver a su asiento, Juan se derrumbó encima de sus apuntes. “Que bien ha empezado el día. ¿Puede mejorar aún más?”- pensó en un momento de debilidad.
En ese momento Elena regresó a su asiento. Pasados unos segundos, Juan sintió como la fría mano de ella le zarandeaba. “¡Juan! ¡¿Quién se ha sentado en mi sitio?!”
“Nadie que yo sepa, ¿Por?”- respondió este. Como contestación solo vio que el dedo de Elena, más pálido que de costumbre, señalaba rígido hacia la carpeta de esta. Sobre la carpeta se encontraba una nota, escrita apresuradamente con rotulador rojo y acompañada de un dibujo aterradoramente explícito. Estaba escrita con una caligrafía horrenda, pero aún así su mensaje era terriblemente claro:
Una vez se hubieron sentado, saludaron discretamente a algunos de sus compañeros. Copiando trabajosamente se encontraba Belén, diligentemente alerta a cualquier atisbo de información que pudiera escapar de los labios del maestro. Sentado a su derecha, en actitud mucho más relajada, se encontraba Luis.
En cuanto pareció que Simón se había olvidado de ellos, Luis preguntó “¿Otra vez tarde? ¿Qué os ha pasado hoy?”– “El tren tardó mucho” respondió Juan con celeridad.
“Sí, suele pasar”- respondió Luis con una medio sonrisa en los labios. Juan cambió rápidamente de tema, preguntando qué estaba explicando el profesor en los últimos minutos. Antes de que Luis pudiera responder, una potente voz se dirigió a ellos desde la pizarra: “Si el señor Herrero hubiera llegado a tiempo, ahora no estaría desperdiciando nuestro precioso tiempo preguntando tonterías y hablando con sus amigotes. Guarden ambos silencio y presten atención. Les aseguro que no lo repetiré”- puntualizó Simón con una mirada que se calificaría como agresión en muchos países. “Si señor”- respondieron rápidamente Juan y Luis.
Simón era famoso en la facultad como uno de esos profesores con los que tu reputación era tan importante como tus calificaciones. Especialmente importante a la hora de reclamar, de hecho.
“Ya la hemos cagado. Qué le vamos a hacer.”- comentó Luis en voz bajísima. Pasaron el resto de la clase en riguroso silencio, para no atraer más la atención del profesor.
Cuando llegó la hora del descanso, Juan y Luis fueron a los servicios mientras Belén y Elena salían al pasillo a fumarse un cigarro. Al volver a su asiento, Juan se derrumbó encima de sus apuntes. “Que bien ha empezado el día. ¿Puede mejorar aún más?”- pensó en un momento de debilidad.
En ese momento Elena regresó a su asiento. Pasados unos segundos, Juan sintió como la fría mano de ella le zarandeaba. “¡Juan! ¡¿Quién se ha sentado en mi sitio?!”
“Nadie que yo sepa, ¿Por?”- respondió este. Como contestación solo vio que el dedo de Elena, más pálido que de costumbre, señalaba rígido hacia la carpeta de esta. Sobre la carpeta se encontraba una nota, escrita apresuradamente con rotulador rojo y acompañada de un dibujo aterradoramente explícito. Estaba escrita con una caligrafía horrenda, pero aún así su mensaje era terriblemente claro:
“Te vigilo todos los días preciosa. A todas horas.
Pronto me ocuparé de ese inútil de novio tuyo.
Y entonces sabrás lo que es bueno de verdad.”
Etiquetas: curiosidad
1 Pensamientos:
Sustituído...por internet. Todo el mundo sabe que estoy a favor de los derechos de los seres mecánicos, pero se me hace extraño. Me temo que he quedado desfasado (¿No querrá decir "extinto"?)
Veo que la cosa está muy malita, hasta el punto de escribir poemas. Ya sabes lo que pienso: mi fé es my escudo (¿y cómo era eso de los cojones?). Un saludo, y espero que alguna de las entregas esté clasificada +18, por la confianza que da, no te creas.
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